
Llegamos al final de esta triste historia de amores y desamores floridos. De traiciones y desengaños.
No creo que el final sea una sorpresa al estilo "thriller". Muy al contrario, es totalmente previsible.
Naturalmente, al convivir la florecita casquivana con su galán y el marido cornúpeta que, aunque sólo metía baza cuando le dejaban, también se hacía sus "portes", el resultado no puede ser otro que una casa llena de nuevas flores. Toda una prole con diferentes secuencias de ADN correteando por ahí.
Se han tenido que mudar a un árbol mucho más grande, concretamente a un adosado, empeñándose hasta las cejas con una hipoteca que no les deja ni respirar.
Es lo menos que podía pasar con una flor guarrindonga y más caliente que las gallinas de Utrera, que ponen los huevos fritos ya y que, además...
¡ES UNA CONEJA!
Y, colorín, colorado, esta historia porno... gráfica se ha acabado.
(No sé si alcanzaré el Nobel, me temo que no. Hay muchos intereses...).